Buenas noches. Soy Pico Costas. Si les interesa mi devenir durante estos años de ausencia de los medios de comunicación les informo, queridos tilividentes, que sufrí un accidente de tráfico, un accidente muy serio.
Ya me conocen, saben como me las gastaba; mi vehículo se encontraba en perfecto estado de mecánica, ese día, como todos, había repasado durante media hora el motor y presión de los neumáticos; conducía respetando escrupulosamente las normas viales, las españolas y las extranjeras, por si acaso; previamente incluso había revisado la calzada a pié para comprobar que el pavimento y la señalización cumplía la normativa europea; pero, a pesar de evitar todos los factores de riesgo a mi alcance, sufrí un accidente de tráfico, un accidente muy serio. El siniestro fue inevitable e imprevisible hasta para mí, el supremo previsor vial.
Por tanto, mientras me trasladaban en ambulancia, que contaba con la pegatina visible de la ITV en vigor, estaba desolado. Había dedicado mi vida a adoptar medidas de seguridad para evitar unos accidentes que finalmente ocurrían. Mi vida no tenía sentido, la había empeñado en un esfuerzo inútil.
Mi traumatismo contra la luna delantera de mi vehículo, modelo homologado siguiendo indicación de la última directiva comunitaria, se complicó en el hospital. Entré en coma. Entonces inicié mi andadura en el más allá. Avanzaba lentamente por “el túnel” camino de “la luz”, trayecto que, al contrario que los demás peatones en ese trance, realizaba en automóvil, un prototipo Audi que aún no está en el mercado. Entonces tuve una iluminación, como cuando el vehículo que circula en el carril contrario te avisa con las largas de la presencia de la Benemérita y su encomiable labor. Tras aquél destello de luces largas sobrenaturales lo vi todo claro. Decidí que si volvía a andar en mis zapatos de suela de tocino antideslizante -ideales para los pedales de mi turismo- cambiaría de vida, abandonaría todo lo relativo a la seguridad vial y al motor (incluidas las ceras abrillantadoras). Sería el periodista de “las segundas oportunidades”. Dado lo inevitable de los piñazos humanos, me preocuparía de los que pueden, les dejan o tienen la suerte de empezar de cero. Entonces, una voz me dijo: “Pon la marcha atrás y regresa a tu mundo” y así hice. En la maniobra me lleve por delante a un par de peatones que por mi intervención llegaron a la luz antes de tiempo. Regresé y aquí estoy.
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