Queridos tilividentes.
Por si alguien no lo sabe, en el día de ayer, Amy Winehouse falleció, igual que vivió.
Una vez desechada la idea por esta cadena de que su obituario le fuera encargado al compañero Juan Sibastián Plaff (Amy no era Plaff, sino más bien una “Rosa de España” británica que pateó concursos televisivos de estrellas desde niña) será el equipo de Iplauso, que yo José Luís Iribirri me honro en dirigir, el encargado de esta honorable misión, buscando audiencia, claro está, y un sentido homenaje.
No veo oportuno tratar aquí el grado de participación que Amy tuvo en su trascendencia artística, en la decisión de dirigir su carrera en un género en horas bajas (el pop, soul y jazz de los 50´s y 60´s) perfecto para ser explotado por la industria.
Era un perfil musical idóneo para amantes del pop sin prejuicios, muy comercial, por tanto apto para las masas pero aún así respetable y “bien visto” por buscadores de tendencias y moderniquis, quienes respaldarían la campaña mediática.
En cualquier caso mentiría si dijera que el “montaje final” no estuvo respaldado por la originalidad de música e imagen, de buenas canciones, de una muy emotiva interpretación y, por último, por la personalidad de la intérprete, ideal para encumbrarla como icono pop.
De la noche a la mañana Amy se convirtió en un fenómeno de masas mundial e irrumpieron, como las setas en otoño, Amys por centenas, no exagero (negras, rubias, pelirrojas, flacas, gordas…) aportando revival y sonido retro por un tubo. Hemos de destacar dentro del lote algunas con bastante éxito, como Duffy, que contó con un ex Suede para la dirección musical de su primer álbum. El fenómeno aún no se ha acabado, véase el éxito de Adelle, aunque hemos de reconocer que ahora el perfil preponderante buscado por las discográficas sea más el de “chica excéntrica disfrazada” tipo Gaga.
Descansa en paz Amy. No estás muerta, estás de parranda para la posteridad.
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