La asombrosa historia de Edmundo Dantes es tan grandiosa, tan humana y a la vez tan elevada que sobrepasa el celuloide. El mito de este muerto viviente, de esta auto-regeneración desde lo más inmundo, de ese impulso que transforma a un paria enjaulado injustamente en un triunfador, es de tal envergadura que no puede haber película mala del Conde de Montecristo. Es imposible. Gracias Señor Dumas.
Alfonso Sánchiz les selecciona para esta tarde la versión de 1934 de Rowland V. Lee, de la que destaco su capacidad de síntesis, de ir al grano sin florituras, de sustituir escenas grandilocuentes por frases lapidarias e imágenes muy explicitas.
Es comprensible que nuestro héroe esté ahora de máxima actualidad, idolatrado como un santo laico que lucha contra la corrupción y el capitalismo salvaje, pero desde dentro, esto es, sirviéndose también del dinero y de los tejemanejes para lograr su venganza (venganza que en esta versión queda travestida en sed de Justicia). La revolución es importante pero también tener poder y dinerito en el bolsillo, faltaría más.
Y esta noche otro Conde de Montecristo, que ni es Conde de Montecristo ni siquiera Edmundo Dantes.
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