Buenas noches. El artista que hoy les traemos es una absoluta revelación, a pesar de llevar toda una vida dedicado a la pintura como aficionado.
Siempre tuvo las ideas muy claras como artista: pintar la naturaleza como ejemplo de infinita perfección, recrearse compulsivamente en el perfil diminuto de una hoja, en una niebla de esporas, en los claroscuros de la sombra de una encina, en un surco de tierra roja, en el buche del cortejo de una perdiz, en la espuma de un riachuelo... Un impresionista autodidacta que almacenaba cuadros coloristas en la azotea de su casa, lienzos llenos de luces, de estaciones transcurridas, que acabaron en la chimenea tras ser ingresado por sus familiares en un geriátrico de los baratos.
Pero el impulso impresionista naturalista no se extinguió en el geriátrico, seguía igual de vivo. Permanecía latente en su imaginación que recreaba obsesivamente los momentos vividos, el malva de las puestas de sol lluviosas, los relucientes carámbanos de los ríos helados, el pasto dorado bajo el sol de Agosto, la flor de la retama.
El infortunio del fallecimiento de su compañero de cuarto tuvo la fortuna de dejar abandonada en la mesita de noche compartida una infrautilizada cámara digital, llena de botones pequeñitos y una pantalla-lienzo a juego que se encendía. Ahí empezó todo de nuevo. El pintor impresionista naturalista redescubrió la naturaleza, con sus ojos llenos de cataratas, en las batas de sus compañeras de geriátrico.
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